“Cantata de un rapsoda en el Argos” de Emil García Cabot, por Bertha Bilbao Richter.
CANTATA DE UN RAPSODA EN EL ARGOS
La rememoración, la historia, la esperanza
Por Bertha Bilbao Richter
¿Quién eres
de aquellos esforzados navegantes?
Alguno has de ser.
E.G.C.
Con Prólogo de María Adela Renard, Cantata de un rapsoda en el Argos, concebida por Emil García Cabot como pieza musical cantada, fue estrenada en Adrogué (provincia de Buenos Aires) en 1995, año de su publicación. Consta de XXXI partes en las que alternan dos voces recitantes y el Coro.
Su título expresa la intención filosófica que la inspira; su autor, devenido en rapsoda, ilumina poéticamente un mito de la antigua Grecia para oponer-lo al mundo determinado por la hegemonía de la razón calculadora y el totalitarismo de voluntades prepotentes que lo gobiernan.
Se trata de un poema lírico dramático que reconstruye el mito de Jasón y los argonautas en busca del vellocino de oro y que el autor interpreta como símbolo del viaje de la humanidad en la historia, de una historia que enlaza las raíces de nuestra cultura occidental, el helenismo, con la modernidad que transitamos. El rapsoda es la metáfora de la conciencia testimonial de un peregrinaje laberíntico a través del “mar de tempestades y bonanzas” (Voz 2: 42), imagen de la alternancia de los tiempos oscuros y de aquellos otros de esperanzadora plenitud.
El viaje de Jasón, en cumplimiento de la misión que su tío –rey impostor– le exige para la devolución del trono que legítimamente le corresponde, motiva la partida del héroe rumbo a Cólquida, cuyo rey posee el vellocino de oro codiciado, por ser representativo del poder, la riqueza y la felicidad, es decir de la gracia de los dioses. Por otra parte, ese mandato de cumplimien-to individual tiene su correlato en el intento de un pueblo de recuperar a su legítimo rey que concentra la autoridad, la libertad y la justicia, porque Ja-són no está solo, lo acompañan jóvenes remeros, hombres valerosos en busca de su realización en la cultura que les es genuina, de ahí la dimensión épica del mito; y si recordamos que Argo es el barco parlante que tiene el don de la profecía y que fue construido con madera de árboles protegidos por los dioses, nos resultará insospechado el sentido religioso de este viaje que marcará hitos en la evolución de un pueblo, semillero de la cultura de occidente, y de ahí también que el rapsoda-autor proyecta la hazaña de Jasón y sus seguidores en la historia y en las conciencias humanas: ¿Quién eres de aquellos argonautas? Alguno has de ser. (Voz 2: 11).
El vellocino de oro buscado nos remite a Cólquida, la mítica ciudad griega, y por ella a una cadena de islas que configuraron las ciudades estado del mundo heleno del que recibimos su milenaria herencia cultural: religiosa, filosófica, artística, científica, política, y esa concepción del amor al conocimiento a la belleza, a la virtud, en suma, al bien, cúspide de los valores en el ideal socrático; Jasón tiene en claro los motivos y la finalidad de su búsqueda: la defensa del Argos: Las islas de su derrotero/no son sino las islas del alma de sus gentes. (Coro: 17); La nueva Cólquida/está ahora en todas las islas –canta una de las voces (Voz 2:19)– y agrega el Coro: y el vellocino en cada piedra/y su sombra. (19). El sentido del mito se evidencia en la interpretación de Emil García Cabot: la difusión del helenismo, cuyos vestigios son advertidos por un Jasón a la deriva que el autor ha insertado en nuestro siglo, el de la modernidad líquida en la concepción de Zygmunt Bauman con su cuota de desmoronamiento de valores, o en la era del vacío, con su narcisismo, en la de Gilles Lipovetsky. De ahí que el rapsoda de hoy se pregunte si estuvo en Atenas, en el templo de Éfeso o en la biblioteca de Alejandría: Soy éste y aquél/soy toda la Hélade/desgranada en sus islas (Voz 1: 21). Agudo crítico de los tiempos que corren –como lo son reconocidos pensadores contemporáneos– el autor refiere a la crisis de la humanidad y exhorta a recobrar la memoria/más allá de la noche. (Voz 2: 23). Es que no es exagerado afirmar que los soportes culturales de Grecia que animaban, transformados, nuestra propia organización político-social: la democracia y algunas actitudes mentales como la reflexión sobre el ser, la ética, la búsqueda de la belleza en el arte, están siendo degradados.
Así como en el mito, Jasón no puede suceder a su padre porque un tirano se apoderó del trono de Yolco, también en la historia hay gobernantes usurpadores de un poder conseguido con engaños y fraude y si bien Grecia ha sido siempre una larga batalla (Voz 1:21) y La locura/se ha abatido sobre Grecia/Y hubo hambre/Y hubo muerte. (Voz 1: 33), como lo explicita la Cantata refiriendo a las luchas entre Macedonia y Creta, y del Mar Jónico al Egeo, hay una profunda valoración de los héroes: vaho condensado/del aliento de los dioses (Voz 1: 29), y en páginas siguientes expresa el poeta: Y aquellos que se inmolaron…/ ¿Pude haber sido también uno de ellos? (Voz 1: 36).
La idea platónica de vidas anteriores subyace en la cosmovisión del rapsoda que se siente parte del universo y de su infinitud, conciencia suspendida, incógnita, gota del mar, sombra que pasa (Cfr. Voz 1: 43) y como bogante por los mares del mundo se identifica con Jasón: Haya o no otros mundos/parecidos a Grecia,/dejaré el Jónico y dejaré el Egeo/en pos de otros mares. (Voz 1: 40).
El poeta intenta llevar al lector a la comprensión de las correspondencias entre el relato mítico recreado y el valor de la experiencia del héroe y sus compañeros de travesía, y un estilo de vida vaciado de sentido que anticipa el ocaso de esa cultura que marcó la evolución de hombres y mujeres hoy en trance de robotización o en busca de frivolidades. Bajo un orden diferente pero en este sentido, René Guénon se pregunta: “El mundo moderno ¿irá hacia debajo de esta pendiente fatal, o bien, como le ha ocurrido a la decadencia del mundo grecolatino, se producirá un nuevo enderezamiento también esta vez, antes de que se alcance el fondo del abismo hacia el que se ve arrastrado?” (17). El diagnóstico de uno de los principales representantes de las doctrinas esotéricas en el siglo XX opone a la civilización materialista de occidente, un espiritualismo que echa raíces en el Oriente.
Emil García Cabot apela al lector a pensarse como ser desde un dictum poético que apela a una nueva modalidad del existir: El ánfora que deseo rescatar/está impregnado del magma de los siglos/pero colmado del aliento/ con que otra antigua historia/nos ha predestinado/para que seamos en la Tierra/y en el Tiempo. (Voz 1: 48). Se trata aquí del rescate de la civilización occidental, común a Europa y América.
Si aceptamos que no es posible desoír la voz que nos cuestiona acerca de nuestro origen o destino que se traducen en memoria y esperanza, aceptaremos la metáfora del viaje de Jasón como un transitar temporal que el mito actualiza e irrumpe en este siglo para cuestionar el derrotero de una humanidad desgarrada y sin rumbo. Al respecto, una de las voces expresa: Nuestro pasado y nuestro destino/no admiten la ceguera ni las abjuraciones: /alcémonos/con la paciencia con que alguna vez/alzamos las estatuas (Voz 1: 25).
La gnosis que canta el autor, rapsoda contemporáneo, procede de más allá del límite. El mundo es comprendido como lo que fue y recordado con nostalgia, de ahí que la palabra poética asume matices de mandato, de una exhortación o de un ruego que, para ser aceptados, es necesario dejarse llevar hacia un lugar y un tiempo desde donde el sentimiento ha definido, celebrado y cantado para conmover y orientar. Es que toda obra lírica constituye una unidad intencional que escapa a su textualización significativa y patentiza el sentido más profundo de la vida y del ser, sentido que en la existencia ordinaria y banal se esfuma. De ahí que el autor ha buscado ejercer una función transformadora en nuestra existencia. Si hacemos propio el verso: Navegar es poner proa hacia un destino (Coro: 45), lo ha logrado.
Emil García Cabot es poeta, pero su poesía tiene alcances filosóficos y teológicos; el texto está henchido de una opulenta significación; un mundo de imágenes, alusiones, ritmos, fantasías, conjuros, están ligados por un hilo conductor subyacente: el mar como símbolo de infinitud: Mar que de tanto mar llegas al cielo/y con el cielo te vuelves mar del infinito (Voz 1: 49), como lo es también el espíritu de vida omnipresente: Ellos que fueron/y yo/ que anhelo ser para no sé/qué temporalidad/o qué retorno. (48).
Cabe dejar testimonio de las opiniones acerca de esta Cantata, vertidas en el momento de la publicación, por la poeta Ester de Izaguirre que escribió al autor: “Tu lirismo recorre toda la odisea del sentimiento: vida, tiempo, muerte, y toda la sustancia que cabe en ese navegar: recuerdos, fracasos, renacimientos”, y del narrador, investigador y crítico Rodolfo Modern: “…un viaje por el tiempo. Lo es, pero también es un viaje por el espacio y, sobre todo, por el espacio de la poesía… el aliento épico lírico impulsa a esos viajeros fuera del tiempo en la búsqueda de lo que en realidad cuenta y vale. Su color mítico y simbólico acrecienta el interés con que se lee”. Del mismo modo, es justo destacar el Prólogo de María Adela Renard, del que cito un fragmento: “…el mito se vuelve metáfora de esa busca intemporal de sentido que impone la conciencia frente a incertidumbres y misterios planteados por sinuosos laberintos del peregrinaje humano”.
Como desde un punto de vista teórico, Paul Ricoeur revisita y adensa la problemática en torno a la narración histórica con sus dispositivos retóricos, Emil García Cabot constituye un alegato a favor de la rememoración como matriz de la historia y traza una diagonal que conduce, con lucidez y consecuencia, a una política de la justa memoria.
Ricoeur distingue, siguiendo a los griegos, el recuerdo (algo que aparece, algo pasivo) de la rememoración en tanto objeto de una búsqueda que lleva a hacer algo, “ejercer un efecto de perturbación” (Cf. 20), podría afirmarse que el rapsoda-autor ha tenido un encuentro memorable con el mito de Jasón y los argonautas y le ha otorgado un carácter emblemático, singular, irrepetible y que no será un mero recuerdo u objeto o episodio de conocimiento aprendido, sino una rememoración en el sentido platónico y aristotélico como “presencia actual de lo ausente percibido, sentido, aprendido anteriormente” (46), de ahí que, con todos los socráticos, Ricoeur designa la rememoración con el término búsqueda que no es retorno ni reanudación, ni recuperación de lo aprendido. Pero más allá de las reflexiones que concita la rememoración, éstas insertan al poeta en la mundaneidad, esto es en el horizonte del mundo bajo el cual algo aconteció y algo puede atravesar las aguas de Leteo o proyectarse hacia un enderezamiento de la conciencia colectiva contemporánea, con la esperanza de procederes remediales de argonautas decididos y valerosos para que los tiempos por venir dignifiquen la Tierra.
NOTA:
Las citas del texto corresponden a Cantata de un rapsoda en el Argos de Emil García Cabot. Buenos Aires: Ediciones Del Dock, 1995.
Obras citadas:
Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2000.
Guénon, René. La crisis del mundo moderno. Barcelona: Ediciones Obelisco, 1986.
Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2004.
Lipovetsky, Gilles. La era del vacío. Barcelona: Anagrama, 1986.
Se incluyen opiniones enviadas por correo electrónico al autor por la poeta paraguayo argentina Ester de Izaguirre y por el escritor e investigador Rodolfo Modern.
Se releva también un fragmento del Prólogo de María Adela Renard.