NOVELA EN ELABORACIÓN: TETRALOGÍA DE LOS DERROTEROS

SUS PARTES:

                     I    LOS SUEÑOS (fragmento).

Seguramente nadie que pasase por allí, en tren o de cualquiera otra forma, podía dejar de mirar -como sin duda muchos miran todavía- el voluminoso bloque gris de la casona irrisoriamente plantada casi en pleno desierto desde algunos años antes de que instalaran el ferrocarril y una estación a escasos cien metros; estación que en realidad solo servía de playa de carga y apeadero para los esporádicos pasajeros del único tren que iba y venía con apenas unos días de diferencia. Porque ni Guzmán Cruz (y aun mucho menos sus descendientes), no obstante corresponderle el derecho de contarse entre los pioneros de la zona, hubiera podido jactarse de haber fundado un pueblo, o tan siquiera una incipiente villa, pese a sus reiteradas manifestaciones de que la estación era el resultado indiscutible de que allí estuviera su casa, y no de la cantidad de fardos de lana a cargar, y mucho menos del número de habitantes de los alrededores.

                     II   EL SALTO ATRÁS (fragmento).

Y cuando llegó el tan ansiado día, no sé bien por qué, pero al entrar en su departamento tuve la súbita impresión de estar invadiendo algo así como un santuario del que ella era la suprema sacerdotisa… De ocupar todo un piso, daba la impresión ese amplio ambiente, típico de los antiguos edificios de Buenos Aires, pero la cantidad de muebles hacía que la sala no fuese sólo eso, acondicionada como estaba para cumplir las funciones de recibidor, taller de costura, probador y, en esa ocasión al menos, salón de té, a juzgar por el servicio dispuesto sobre una mesa ratona frente a un juego de sillones… En el extremo opuesto, un par de maniquíes, una máquina de coser, un gran espejo ovalado y movible junto a un cortinado de terciopelo encuadrando uno de los rincones, indicaban la verdadera naturaleza de ese ambiente… Desplazarse allí, pese a ser un ámbito espacioso, no era por lo tanto del todo fácil, ya que hasta para correr una silla debían tomarse ciertos recaudos. Sin embargo, Ofelia iba y venía de una punta a la otra no sólo con total desenvoltura sino también muy silenciosamente, apagados sus pasos por un par de gruesas alfombras extendidas una a continuación de la otra, casi tocándose. También gruesos, pesados, eran los cortinados de los dos ventanales a la calle, dando ambos a un largo balcón. Adornos y gobelinos cubrían los muebles y las paredes empapeladas, confiriéndole al ambiente la atmósfera de una vieja residencia que seguramente había conocido mejores tiempos, y prestado otros servicios: reuniones, fiestas, quién sabe.

                     III  FONDO Y CONTRAFONDO (fragmento).

Creo que es hora de mandar a este chico a su casa un poco más seguido. Sí, algo de eso podía haber, pero ¿cuál era realmente su casa?, en días que transcurrían como los desprendimientos de un alud rodando y rodando ladera abajo hasta apelotonarse otra vez quién sabe dónde y al pie de qué, originando un nuevo e insalvable obstáculo del que quizás él hubiera podido sacar algún partido, de no haber abandonado el dibujo y los pinceles, y de haber hecho de la suya una tan pobre vida. Es que tiene que terminar la escuela, por el momento es suficiente con que esté conmigo durante las vacaciones. ¡Tan racional siempre, Eugenio! Hasta que un verano, lo que nunca, dijo que me quedaría en La Imperiosa después de las vacaciones, que qué podía importar un año de escuela si de acompañar a Ofelia se trataba, pero no fue así: no llegué a estar un año al lado de ella… ¿Una simulación también ésa, entonces? No, lo de Ofelia era cierto y muy triste… El que con el tiempo viviría simulando sería yo, proponiéndomelo o no, obligado por… Es que si algo hay difícil en la vida, es llamar a las cosas por su nombre, llegué a darme cuenta bastante pronto, ya sea por no saber uno qué nombre realmente darles o por ocultárnoslas a nosotros mismos, que es lo peor, empaquetado como uno a veces está en otra cosa o en sus propios y turbios asuntos y pensamientos El abuelo se ha encerrado de nuevo en su cuarto, empaquetado él también, como teníamos por caso, o qué era eso de la fe (si de creer en Dios de veras se trataba) que le agarraba ahora y que de pronto parecía jugar a su favor y de pronto en contra, pesándole como una culpa de la que ni el pastor Stowe lograba liberarlo no obstante venir a darle charla cada dos por tres, a predicarle tal vez, y sería para de paso levantarle el ánimo, para consolarlo, para aliviarle el alma, digo yo.

                     IV  FUEGOS CRUZADOS (fragmento).

Lo que no recuerde ahora, seguramente nadie me lo diga nunca. Creo que aún no había cumplido seis años cuando ya solía preguntarme qué era la vida, y más que nada, qué era eso de estar vivo, desplazarme y respirar, poder abrir grandes los ojos, ver, oír y olfatear el mundo a mi alrededor, raras como me resultaban las variadísimas impresiones que recibía de una y otra forma, preguntándome, además, por qué todo lo que ocurría y se movía aquí y allá no dejaba de parecerme, a la vez, tan extraño e inverosímil, y qué hacía yo entre lo mudable y lo permanente, aparte de contemplarlo azorado y hacerme tantas preguntas sin fundamento ni respuesta. ¡Sí: si intrigante me resultaba el mundo y mi presencia en él, no menos intrigante me resultaba la vida en sí misma!

 

Emil García Cabot