REENCUENTRO
Fue en nuestra casa de la costa cuando una mañana de julio, Mauricio, el pocillo de café aún entre sus dedos sin habérselo llevado a los labios, de pronto me dijo algo que en ese momento me pareció totalmente irrelevante:
–Volveremos a vernos, Elisa.
¿Cómo dudarlo si vivíamos juntos?
Poco después me propuso una caminata hasta el mar, y apenas salimos, sus palabras volvieron a mi mente:
–¿Por qué lo dijiste? –le pregunté.
–Porque te amo.
Más que obvia también esta respuesta, con él todo el tiempo a mi lado… Pero fascinados por el juego de las olas y el viento en esa brillante mañana de sol invernal, no volvimos a tocar el tema.
Descendimos las escaleras del acantilado medio corriendo y medio a los saltos, Mauricio sujetándose la gorra, yo, mi pañuelo de cabeza.
En el primer descanso, nos detuvimos a observar el oleaje, y según fuese el juego de las olas, apostábamos a cuál rompería más espectacular-mente contra los peñascos.
Poco después, nos quedamos largamente en silencio contemplando la lejanía.
En eso, a Mauricio se le voló la gorra y quiso cazarla en el aire, pero la ola y el viento fueron más omnipotentes.
Sólo al cabo de los años caí en la cuenta de que los hitos de la vida se suceden como los postes del telégrafo a la vera de los rieles del ferrocarril o de una ruta.
¿O qué fue lo que un día, también de invierno, me llevó al altillo de la vieja casa de la costa para descubrir una serie de esbozos, firmados por Mauricio, de dos cuerpos entrelazados en el confín del horizonte?
Emil García Cabot