A propósito de La caracola y los sortilegios de Emil García Cabot
Por Lucía Nelly Vergara
¿Quién no recuerda los días bellos de la infancia-adolescencia? ¿Quién no disfrutó del amor de los abuelos quienes nos prodigaban mil y una formas de cariño?
Los momentos compartidos con nuestros padres, abuelos, tíos, primos, sobre todo en el verano, forman parte de esos miles de recuerdos que se despiertan, se agolpan, se elevan desde sus lechos adormilados para convertirse en nuestro sustento. Los juegos, las correrías, las andanzas, los primeros amores, son parte de todo ese bagaje.
Sin lugar a dudas el libro de Emil García Cabot La caracola y los sortilegios nos transporta a ese tiempo que atesoramos en nuestras vidas y que muchas veces hurgamos, como dentro de un saco, hasta sacarlo a la luz, porque es el alimento constante para sobrellevar los días, nuestras pobres existencias que necesitan recurrir al afecto, al amor porque es lo único que nos salva.
Desde muy pequeños aprendemos, adquirimos esos sentimientos que se van reforzando con el diario convivir, con conciencia plena de pertenecer a una familia, donde todos sus miembros son muy valiosos y con quienes creamos lazos imperecederos.
Nuestra vulnerabilidad, nuestra finitud también nos hace volver nuestra mirada hacia la muerte, como lo hace Leonardo, el protagonista de la novela. No permanecemos ajenos a ese problema existencial propio de cada ser humano y al dolor que esto nos causa cuando nos toca de cerca. Es esa “sombra” de la que le habla el abuelo a Leonardo, esa que nos acecha y no hay remedio que la detenga.
Pero la vida también nos conduce por caminos de gozo, de solaz y esto se da cuando conocemos al amor, ese primer amor que nos deja sin respiración, sin apetito, que nos hace crecer mariposas en el estómago, permanecer horas imaginando la compañía de la persona amada. Entonces todo cobra sentido y a todo lo vinculamos a él/ella. Recordamos cada gesto, mirada, detalle, susurro y es así como la palabra “sortilegio” dicha por Celeste al oído de Leonardo, cobra vigencia. Sortilegio que envuelve toda la novela del autor. Es como una mano mágica que pasa y suaviza nuestro corazón, como el sonido del mar dentro de una caracola, que para entender lo que nos dice necesitamos “mucha práctica y mucha paciencia” dicho por el pescador, el amigo de Leonardo que habla como su abuelo.
Así se van tejiendo las ilusiones, los misterios, los “sortilegios” en la novela y en la vida misma.
Siempre guardamos algo como para que algún “sortilegio” de aquellos, permanezca en nosotros, ya sea una hoja de papel con un poema, una caracola, un dibujo… y en los momentos de “sombra” están ahí, a mano, para que con su secreto y sentido significado, nos devuelvan al amor, a la vida, a la esperanza.