ENTRE MAREAS (novela, Ed. Enigma, 2016. Versión revisada de FRAGOR EN LA CALETA, Ed. Dunken 2000 – Fragmento).

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Ya cerca de la meta de un viaje largo y opresivo a causa del polvo que durante las últimas horas penetraba insistente y pernicioso por cuanto resquicio visible u oculto existía en el viejo vagón de tren, una caminata a pleno sol, así fuese extensa y fatigosa, le pareció a Aurelio la mejor de las opciones para trasladarse hasta Los Neneos a su llegada a la estación.

De no haber sabido que el desvaído azul del horizonte correspondía a la fusión de cielo y mar, habría creído que regresaba a un paraje de no menos desolación y monotonía que el yermo por el que desde hacía rato venía bajando machaconamente con dirección sur. La presencia del mar, del agua, le confería otra clase de vida al entorno. Y cucando los arbustos de jume y sampa y los de michay y jarilla, y asimismo el pajonal y las cortaderas de panojas blancas aparecieron ante sus ojos mientras el tren rodeaba el enorme marjal de la bahía, se imaginó lo que realmente sentiría si hubiera regresado al cabo de muchos más años.

Poco después, cuando a la vista de un par de lanchas de pesca volcadas junto a un cobertizo tuvo presente una de las principales actividades del pueblo, fue como si la imagen de Toscas Negras que minuto a minuto venía rearmándose en su memoria, hubiera recibido el toque de gracia de una mano invisible.

CAPÍTULO 28 (fragmento):

Y más o menos a esa misma hora, Manuel, a sólo unas decenas de metros del casco de Los Neneos, habiendo torcido recientemente su rumbo de sur a oeste y sin alterar en lo más mínimo el ritmo de la marcha pese a cargar un tacho de regular tamaño según era dable discernir a la distancia, avanzaba con la firmeza y concentración de quien sabe bien cuál es su propósito y su meta.

Sin embargo, cuando tras algunos merodeos de pronto se dirigió hacia donde tampoco se veía nada que justificase su alejamiento por eso lados, cualquiera que lo tuviese en su mira hubiera pensado que se había equivocado de rumbo o que medio volvía sobre sus pasos porque tal vez había perdido algo importante en el camino. Pero en eso, desperdigadas, unas ovejas que hasta ese momento podrían haber pasado desapercibidas hasta para el ojo más observador mientras aquí y allá ramoneaban los arbustos entre los que se desplazaban libremente, dieron lugar a pensar que serían ellas las causantes de la caminata de Manuel hasta ese extremo del campo. Muy pronto, no obstante, cualquier circunstancial espectador hubiese podido comprobar que su presencia allí nada tenía que ver con las ovejas, porque sin siquiera intentar cubrir el trayecto que lo separaba de ellas, se agachó, se incorporó y volvió a hacer lo mismo en otro sitio, y luego en otro, demorándose unos instantes cada vez en el manipuleo del tacho que cargaba y del que parecía volcar su contenido. Hasta que sin haber recogido aparentemente nada, pero sin dejar de dar la impresión de estar muy concentrado en lo que hacía, cualquiera fuese el asunto motivador de su accionar, finalmente y siempre tacho en mano, desanduvo el recorrido que lo había llevado hasta allí, con todavía dos o tres paradas aquí y allá, aunque de duración mucho más breve.

 

Emil García Cabot