Entrevista con Emil García Cabot. Por Bertha Bilbao Richter.
– La caracola y los sortilegios, tu primera producción literaria, tiene una buena dosis de aventura, y en eso responde a las exigencias de los estudiosos de los intereses de los preadolescentes a quienes la diriges, pero la inserción de la magia en su argumento le da un clima especial ¿Surgió espontáneo o fue intencional ese quiebre de la realidad por lo mágico?
Fue absolutamente espontáneo, y no podía ser de otra forma tratándose de un relato acerca de niños que están pasando sus vacaciones junto al mar y entre médanos, fuentes naturales de misterio y asombro que propician los fantaseos propios de esa etapa de la infancia.
– ¿Qué te llevó a preocuparte por esa franja etaria de lectores?
Quizá mi propia niñez, que en buena parte transcurrió junto a la costa, colmándome de interrogantes. Además, cuatro criaturas (dos niñas y dos varones), son personajes más que ideales para hacerlos interactuar en juegos, personificar relatos y aventuras en los que si no han sido ellos mismos los protagonistas, han recogido las versiones de sus amigos o compañeros de escuela que, habiéndolas vivenciado en escenarios semejantes, los predisponen a reproducirlas con variantes de su invención, bajo el acicate de lo que les han contado, inclinándolos a entrar en ese a veces muy reservado imaginario infantil, mezcla de realidad y fantasía, aunque ya estén a un paso de la adolescencia.
– En Cantata de un rapsoda en el Argos muestras tu admiración por Grecia e implícitamente propones una socidad ideal ¿Piensas que es posible en el mundo de hoy?
La sociedad ideal de la Grecia clásica nos ha legado una cultura exquisita y maestra en cuanto a moralidad y procederes éticos que una y otra vez, a lo largo del andar del mundo actual, echamos de menos, dadas sus carencias de conducción política nacional e internacional, asedios fundamentalistas que caen en el terrorismo, países con a menudo viles torpezas en sus comportamientos a la hora de dar los más trascendentales pasos en su actuación pública y privada. Serios errores que, sin embargo, no nos retrotraen a aquellos principios de grandeza para que de modo definitivo nos guíen y se integren a nuestros procederes diarios por falta de una consuetudinaria fuerza de voluntad, convicción y entereza que contribuyan a mantenerlos vigentes en el tiempo. Muy rigurosa y perseverante debería ser la manera de pensar de los hombres de hoy en día, para poder realmente encaminarse en un rumbo social y político pleno de sentido común que les determine el afianzamiento de una existencia semejante a la de aquel legendario orden legal en sus respectivos países. Y lo que verdaderamente asombra, es que los griegos mismos se hayan apartado de los principios rectores detentados por sus ilustres maestros, hasta el punto de ponerse temerariamente al margen de dichas exigencias a la hora de tomar las más fundamentales decisiones y llevarlas a la práctica.
– ¿Qué puedes decir de la presencia del viento, como símbolo, en tu libro El viento y la bruma?
En ese libro, el viento es, en mayor o menor grado, protagonista permanente, muchas veces directa o indirectamente determinante de las conductas de los personajes, tal cual corresponde a historias que se desarrollan a cielo abierto en un territorio atravesado –generalmente de oeste a este– por las arrebatadas embestidas de ese poderoso soberano de la naturaleza.
– ¿Qué ideas mueven las acciones de tus personajes en Desnudo sobre el viento?
Una vida sin principios es una vida sin sentido, dijo alguna vez William Faulkner en una entrevista. A las que podrían agregarse las de Macbeth: “Es mejor ser lo destruido que vivir en la dudosa alegría de haber destruido”; en línea, también, con otro de los monólogos de la misma obra, “Los ojos que por piedad lloran ante un hecho horroroso intentando borrarlo de la faz de la tierra, le llevarán el horror a los demás ojos y sus lágrimas anegarán el viento”, (epígrafe que con la firma de William Shakespeare le da título al cuento Desnudo sobre el viento y al libro que lo contiene y hago extensivo a la totalidad de las historias allí narradas, por de algún modo abarcar, todas ellas, la condición humana con cuanto se echa de menos o se desdeña en la fluctuante conducta de los hombres, tan a menudo sembrada de errores).
De manera que, si de marcado realismo es el carácter de la mayoría de esos relatos, la presencia o ausencia cuanto menos simbólica de principios y valores que puede constar en sus páginas, constituye, si no su razón de ser, el marco insustituible en los escenarios de su desarrollo, con gravitante incidencia en el trasfondo que en particular le presta a cada narración, conformando su significación y robusteciendo su solidez.
– ¿Cuál es en tu reflexión la llave de apertura a la comprensión de Larga orilla del recuerdo?
Paradójicamente, contra lo que en general quizá pueden suscitar sus conflictivos personajes y la trama en la que se han de ver involucrados, Larga orilla del recuerdo es una novela de amor, y muy intensa por cierto, ya que sus dos protagonistas deberán confrontarse o avenirse cara a cara en una situación que desde un principio resulta casual pero de premonitorio aislamiento, dadas las particularidades no sólo del lugar del encuentro, tan cargado de reminiscencias para Alejandra, sino también de sus respectivas personalidades e historias, y asimismo por el crítico período de la vida que están atravesando cada uno por su lado. Ella, Alejandra Panus, no ha dejado de amar al ser querido que ha perdido en circunstancias trágicas hace ya algún tiempo en Grecia, y él, Mauricio Ortegui, ama al ser que, pese a no cejar de buscarlo, no encuentra, porque simplemente no se le ha cruzado todavía en la vida, y cree que, al verse frente a Alejandra Panus, muy bien podría ser éste el fin de su tan ansiada búsqueda. Situación que los une, aúna y al mismo tiempo separa, porque la posibilidad de amar está en ellos, pero en concreto, se les niega, haciendo imposible que realmente sean el uno para el otro. De modo que toda la acción de la novela gira en torno del dilema que, principalmente a Mauricio, le genera este conflicto, deviniendo en el disparador de lo que hacen, dicen, sienten y piensan, atrapándolos en el meollo de sus irresueltas vidas por más que aspiren a sacarlas de sus dolientes realidades y por el momento insuperables trastrocamientos, no obstante los esfuerzos, sobre todo de parte del personaje masculino, por darles respuestas a sus interrogantes, a fin de encauzar su destino ligándolo a la esquiva interioridad y conducta de Alejandra.
– En cuanto a Donde el mundo se disuelve ¿Cuál es tu búsqueda y el sentido de esta novela?
La posible búsqueda –si de veras existe– de Santiago Ortiz, es, en gran parte, inconsciente, a pesar de él mismo, porque si algo espera encontrar en su camino, no sabe a ciencia cierta qué es, de qué se trata. Él simplemente vive, quemando etapas una tras otra, dejándose llevar por los acontecimientos, salvo cuando le resulta imperioso tomar alguna decisión en pos de darle una determinada orientación a su existencia según las circunstancias en que se encuentre, empujado más que nada por los infaltables altibajos propios de un proceder con mucho de riesgosa improvisación, y no siempre oye –o comprende– el significado de su susurrante voz interior, que de vez en vez pretende señalarle conductas y un camino de encuentro consigo mismo. Típica novela de iniciación, por lo intimista, la revelación tendrá lugar siempre y cuando el protagonista llegue realmente a vivenciar aquella catarsis que sea lo suficientemente intensa como para abrirle los ojos y el entendimiento acerca de las trampas y los vericuetos de la vida, poniéndolo ante una esclarecedora apertura espiritual.
– ¿Qué mensaje te propusiste dejar a tus lectores de la novela El último horizonte?
Las historias en paralelo de los dos hermanos López, con siete años de diferencia en sus edades cuando son trágicamente arrancados de su hogar siendo ellos aún niños, genera una dicotomía que se acentúa a medida que crecen como cautivos de una tribu tehuelche. En forma irremediable, moral y espiritualmente se van distanciando en sus conductas y puntos de vista. Sentimientos y caracteres los enfrentan en las diversas situaciones que les toca atravesar, llegando a quebrar la hermandad natural que los unía hasta llevarlos a luchas de insuperables rivalidades. Novela contada por las voces de los propios protagonistas, conjuntamente con la de un tercer personaje –femenino– en alternancia, todos ellos, con pasajes enfocados desde la visión omnisciente que actúa a modo de nexos centralizadores en el tiempo histórico, la novela apunta, a lo largo de su desarrollo, a que esos seres fragmentados y profundamente heridos en sus respectivas personalidades y sentimientos, representen los aspectos más ambiguos y todavía hoy irresueltos de nuestra identidad nacional.
– ¿Cómo lograste el dialecto híbrido de Cayeco?
Me parece acertadísima la denominación de “híbrido” con que has calificado el habla de Cayeco en esta pregunta, cuya elaboración halló su forma definitiva al cabo de numerosos ensayos o borradores ya que ninguno terminaba de conformarme en cuanto a los requisitos que me había impuesto para su concreción, dado que Cayeco tenía mucho que expresar, pero debía hacerlo dentro de sus cada vez mayores limitaciones respecto al uso libre y amplio de su lengua materna (en sus momentos de mayor furor o desesperación acude a términos y frases en tehuelche, configurando la mencionada hibridez), pero este nuevo registro literario, a su vez, debía ser coherente dentro del nuevo ritmo que iría adquiriendo a lo largo de su desarrollo, sin apartarse demasiado de una fluidez que, dejando de reflejar la por momentos temperamental y explosiva personalidad de Cayeco, frenara o aquietase en demasía la lectura, que a su vez debía mantenerse lo más posible dentro del tono general de las demás voces narrativas. De ninguna manera Cayeco podía expresarse como su hermano Compen, quien al momento de la captura de los hermanos ya había incorporado buena parte de los modelos del castellano que se hablaba en su hogar. A Cayeco, siete años menor, esos giros de la lengua familiar, apenas aprehendidos a causa de su corta edad, no sólo se le fueron borrando de la memoria, sino que fue perdiendo el hábito de usarlos al ser gradualmente reemplazados por la terminología tehuelche oída a diario, carente de conjugaciones verbales y de contenidos sintácticos, elementos que tanto contribuyen a suavizar la sonoridad del idioma que se habla. En la oportunidad de responder a una pregunta similar formulada por la Dra. Juana Alcira Arancibia en su libro Diálogo con los creadores, explicité en qué consistían algunas de las desviaciones idiomáticas fundamentales (giros duros y arcaizantes, particular uso de la preposición a delante de los infinitivos, indicando determinación y autoridad, abuso de los gerundios en oraciones nominales por desconocimiento de las numerosas inflexiones verbales del castellano). Mi elección, por otra parte, debía considerar un doble aspecto lingüístico: la terminología a usar y la estructura en la que usarse, demandantes de que se mantuvieran dentro de los lineamientos elementales de claridad, propios de toda lengua que se articula con concisión y soltura expresiva para funcionar eficazmente como instrumento de comunicación.
– ¿Te sientes realizado en esta obra como escritor?
El Último horizonte es una historia cuyas complejidades van y vienen en el tiempo ficcional, confiriéndole un vaivén permanente a los puntos de vista que se alternan en las voces de dos hermanos y una muchacha, hija de uno y enamorada del otro sin llegar a tener ella en claro de cuál de los dos es hija, una voz omnisciente intercalada a medida que las etapas monologadas se suceden unas a otras, contribuyendo no sólo a situar el relato en un determinado tiempo histórico, sino también a clarificar su sentido en una abarcadora totalidad individual y humana. Sólo en la medida en que se crea que haya logrado plasmar lo tortuoso, concordante y a la vez divisionista del intenso entrecruzamiento de esas tres vidas y sus respectivos destinos, se puede decir si me siento realizado en esta obra.
11 – ¿Qué aspectos de tu mundo interior has intentado transmitir en En el rigor del silencio?
Quizás haya intentado proyectar lo indecible del mundo interior con el que uno cree convivir. La poesía se presta a esa aspiración cuando lo poético intenta, por los íntimos canales del inconsciente, verterse por sí mismo en palabras si algo que inquieta espiritualmente busca su salida a través de la escritura. Y lo hace queriendo cobrar forma por medio de imágenes encadenadas, en lo posible, rítmica y musicalmente, hasta expresar una verdad intuida, latente en lo más recóndito del ser, al que aspira a prestarle su apoyo o asidero. Es, por consiguiente, un afloramiento de la intimidad que vislumbra una posible revelación; camino un tanto extraño y complejo, si se tiene en cuenta que debe internarse por rumbos también enigmáticos, en esa puja que grita o susurra con ribetes tan sutiles que encuadran, o pretenden enmarcar, lo todavía no dicho o no del todo percibido por la visión interna del autor, y que muchas veces sólo alcanza a quedar ligeramente sugerido, porque hasta las palabras pueden devenir en un medio obstaculizador, tratándose de expresar las inquietudes más subjetivas que claman por volverse realidad. Por eso la excelsitud es lo permanente en la poesía.
– Hoy en día se discute si es la poesía o la prosa la manifestación más acabada de la escritura literaria ¿Qué opinas al respecto?
Poesía y prosa son los dos grandes pilares sobre los que se asienta la Literatura. La prosa cuenta, y lo que no cuenta, lo exalta la poesía, porque ni una ni otra pueden decirlo todo por sí mismas. Lo poético, entonces, acude, en el proceso del acto creativo, a apuntalar lo narrado, haciendo posible que surja o se insinúe alguna suerte de subsistente y veraz esclarecimiento.
– La hora sorprendió a los Jurados que te otorgaron dos importantes premios tanto como a tus lectores que advierten innovaciones formales, un contenido histórico social con tintes poéticos y un profundo mensaje ¿Qué puedes decirnos en torno a esta original producción?
Metáfora de un pueblo degradado, la literatura vuelve visible el complejo e intrincado aspecto del corazón humano, porque se trata de un pueblo cuya decadencia le impide enraizarse en un futuro promisorio a causa de su imposibilidad de desenraizarse de su endeble pasado. Su hilo conductor es sólo en apariencia invisible, ya que son los personajes y sus historias los que crean las tensiones con que se van entrelazando las diversas hebras de ese hilo. Por lo tanto, el motor con el que fluye el relato, es el engarce historia/personaje, traduciendo la acción, los deseos, temores y padecimientos de sus integrantes a través del rumiar de la conciencia de cada uno de ellos, conformando un fresco sobre el poder manipulador y la ausencia de valores éticos que derivan en casos de violencia exteriorizados, muchas veces, en palabras más que en hechos. No es una novela en el sentido clásico. No es novela de un protagonista sino de protagonistas colectivos, algunos más peculiares que otros y con mayor o menor incidencia en el relato, porque hay víctimas y verdugos, humildes y ambiciosos. Y en total concordancia con este tipo de escenario, no es de extrañar que la calle central del pueblo se erija como una de sus principales manifestaciones simbólicas: es calle que por momentos está y por momentos no existe; una ambivalencia que surge del desarrollo mismo de la historia de los pobladores que la transitan y circundan. Hablan los vivos y hablan los muertos, produciendo saltos en el tiempo ficcional, con las consecuentes variantes en el punto de vista narrativo, contribuyendo a que el dolor, el desconsuelo y las frustraciones de sus moradores constituyan el alma social de la novela, que con su predominio acentúa el clima de degradación del poblado. Tanto es así, que las campanas de su capilla rara vez suenan, y cuando lo hacen, ya no alertan a nadie: ni en las buenas ni en las malas, como si sus esporádicas y metálicas voces sólo reflejasen el vacío espiritual de los moradores de la villa, porque los normales y beatíficos tañidos que debieran esparcir por la comarca, ya no convocan a la meditación ni a la elevación de las almas. Así pues, es una especie de anomia apocalíptica lo que inconsciente y gradualmente van gestando los habitantes con sus acciones, ante la imposibilidad de que la Justicia finalmente les llegue, como debiera ser, de manos de la Ley.
– El título de un libro es anticipatorio de su mensaje y su sentido. ¿Por qué “La hora”?
El título La hora alude al momento en que el ser humano toma conciencia del lugar que ocupa en el mundo y el mundo se lo hace ver a través de una o varias contingencias que actúan como el detonante que le advierte a cada individuo que ha llegado a ese punto crítico de la existencia en el que debe hacerse cargo de sí mismo. Es el darse cuenta de la conducta que finalmente le conviene asumir para que en el mejor de los casos tal vez pueda, todavía, salir más o menos airoso en lo que le resta de su paso por la vida.
– ¿Qué puedes decir de los dos personajes masculinos más importantes de “Entre mareas”?
Esos dos hombres son el señor Folco y Manuel, su nuevo empleado rural desde no hace mucho tiempo. Son personajes en permanente confrontación: el primero, con una carga de resentimiento que lo ha vuelto quejoso e inactivo, en el sentido creador; el segundo, al que no le faltan razones para también sufrir un cúmulo de resentimientos y lamentarse por el estado del mundo, no ceja, sin embargo, de actuar como posible constructor de un mundo mejor, pese a tener que hacerlo a contrapelo de las temerarias y humildes circunstancias de su vida, no obstante las cuales, alimenta un sueño de superación que, dadas sus extremadas características, roza lo irracional, insuflándole, de todos modos, un profundo sentido a su existencia. A pesar del despropósito de aspirar a una descomunal Invasión Herbácea que pudiese originar una especie de Nueva Creación sobre la Tierra, la febril ilusión de Manuel parecería quedar encuadrada en lo alguna vez declarado por William Faulkner: “La sabiduría suprema es tener sueños lo bastante grandes para no perderlos de vista mientras se persiguen”.
– ¿Puedes adelantarnos algo de tus próximos proyectos literarios?
Por un lado, la posible publicación (completa o fragmentada), en 2017, de la Tetralogía de LOS DERROTEROS. Y por el otro, continuar seleccionando y ordenando el material que podría integrar un nuevo poemario, sin abandonar la esperanza de que, un relato empezado en el verano de 2015, adquiera envergadura de novela.