Un relato entre silencios y dichos: La caracola y los sortilegios de Emil García Cabot por Marcela Lucas
Diplomatura en Literatura Infantil y Juvenil.
Sociedad Argentina de Escritores
Agosto de 2018
En Argentina hay una Literatura Infantil y Juvenil que crece en propuestas editoriales y, con frecuencia, en calidad como una literatura sin adjetivos, parafraseando a María Teresa Andruetto (2009, p.36). En esta línea encontramos la novela La caracola y los sortilegios de Emil García Cabot, publicada en 2009, que mucho antes obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en la categoría “Novela para preadolescentes” (1994).
A medida que la literatura para niñas y niños crece, aparecen diferentes representaciones de lo infantil. Cabe advertir que el concepto de infancia es reciente:
Hoy todo el mundo habla de infancia. Sabemos, sin embargo, que durante muchísimos años la cultura occidental se desentendió de los niños (…) y que fue tardíamente, a partir del siglo XVIII, cuando se empezó a hablar de infancia. Hasta entonces habría sido insólito que a un escritor se le hubiese ocurrido escribir para los niños. (Montes, 2001: p.19)
La representación de la niñez en la poética de La caracola y los sortilegios de García Cabot se irá construyendo como bien propone Graciela Montes en El corral de la infancia, con el lector y no hacia el lector (2001: p.27), desde los silencios y desde lo dicho, lo puesto en palabras y acción.
Bertha Bilbao Richter nos dice al respecto, sobre el argumento: “responde a la necesidad de todo preadolescente de ampliar el horizonte que le ofrece la vida familiar, a la afirmación de sí mismo y a su reconocimiento en el grupo de sus iguales, a la exploración de realidades más lejanas de las que ofrece el entorno y a la sed de información, de conocimientos y a los incipientes sentimientos de amor.” (2015, p.13)
Esta novela narrada en primera persona focalizará en la mirada del protagonista: Leonardo, un niño que transcurre sus vacaciones en una estancia cercana al mar, junto con sus primos, tíos y abuelos. Sin embargo, “el narrador retrospectivo, extradiegético”[1] (Nikolajeva, 2014: p. 26), dejará marcas que posibilitarán al lector observar que la reconstrucción de esas infancias es desde la vida adulta:
En fin: el plan parecía perfecto, pero fue una gran suerte que tío Juancho, tuviera o no interés en ir a la estancia, por Leticia o lo que fuese, nos diera el permiso apenas se lo pedimos, porque sino, creo que todavía, a pesar de los años que ya han pasado desde entonces, estaríamos corriendo por la costa hasta el extremo sur del continente. (2009: p.53)[2]
Esta perspectiva ofrece a las lectoras y lectores la visión de que el niño/a que fuimos siempre nos constituye, ese pasado es constitutivo del presente y del porvenir de las personas adultas.
Para ahondar en torno a la problematización de la imagen de la infancia, es oportuno citar las palabras Stapich y Troglia (analizando la poética de María Teresa Andruetto), quienes señalan:
“La imagen de la infancia como constructo social elaborado en el siglo XVIII, producto del ascenso al poder de la burguesía, con sus mitemas cristalizados -la infancia como paraíso, el niño como el futuro, los niños como encarnación de la pureza y la fragilidad, etc.- viene siendo problematizada desde hace tiempo. Lentamente, esta tarea deconstructiva ha ido permeando de los discursos sobre los niños hacia los discursos para los niños.” (2013: p. 96)
La caracola y los sortilegios evidencia que no hay una sola infancia, y que no todas son iguales. Este relato de aventuras nos muestra a un Leonardo osado, aventurero, buceador de enigmas; con contradicciones en tanto reclama por lo silenciado por otros pero él también silencia. Cerca de él aparecen otro niño y niñas. Fernando, su primo, preocupado por su padre y, al mismo tiempo, con capacidad de juego, y hasta de insolencia en las burlas solapadas que teje con su primo en la estancia de Miralejos. Dianita, la más pequeña, quien llora cuando el silencio sobre la convalecencia de su padre se des-oculta y, al mismo tiempo, se atreve a participar en ritos de sortilegios. En tanto estos tres primos disfrutan de vacaciones escolares, en la antípoda se ubica Celeste, la más vulnerada, quien ni siquiera ha podido ir a la escuela, y cuya familia ha perdido todo en un incendio. No obstante ello, mostrará ser portadora de fortaleza para transformar su realidad en una más mágica y amigable.
La lectora o lector tendrá que reconstruir la historia de esta última a partir de lo que el relato dice y de lo que silencia. Su nombre es Virginia, pero el que elige para presentarse frente a Leonardo es Celeste, más cerca de lo celestial, de la fantasía. Y también de la fuerza, que exhibe por ejemplo cuando se defiende frente a Fernando, y plantea que no ha necesitado ir la escuela pues su padre ha podido enseñarle tanto como saben ellos. Además, esta niña desde su fantasía puede luchar contra dolorosas realidades.
Estas infancias posibilitarán en la novela poner a la vista complejidades de la sociedad tan despareja, en la que coexisten en el mismo tiempo y espacio, condiciones de vida muy diferentes. En el casco de los Miralejos, estará al confort, la comodidad, por eso serán nombrados: esa/aquella gente (“Lo de esa o aquella gente se me había pegado de tanto oírselo a tía Adelaida sobre todo en los últimos tiempos.”, p.14). En la familia de Leonardo, la lectora o lector observará la preocupación por la propiedad, una propiedad construida con esfuerzo en un terreno regalado por el dueño de la estancia (“…algo ponía seriamente en juego el destino de la casa del abuelo, con lo que nuestras vacaciones junto al mar corrían el gran peligro de quedar en la nada”, p. 46). Finalmente la familia de Zoraida, la más apartada, “por el roquedal de la baliza” (p. 23), son los que han perdido todo, quienes a partir de la red de solidaridad de las y los otros, irán recuperándose (“La tarde terminó con el pedido de tía Adelaida de que nos desprendiésemos de al menos una de nuestras prendas, para engrosar la bolsa de ropa que de la estancia les llevarían a Zoraida y a sus chicos, porque desde el día del incendio (…), estaban viviendo solo con lo puesto.”, p. 47).
No hay presencia del estado aquí protegiendo estas infancias; esa niña, Celeste (Virginia), incluso ha tenido que abandonar la escuela. La trama apuesta a la posibilidad en la lucha de la familia, apoyada desde la solidaridad de los vecinos.
La caracola y los sortilegios está construida desde lo dicho y lo silenciado. Los silencios contribuyen con el avance, lo que se oculta a los oídos del niño protagonista o lo que él mismo silencia serán motor en las acciones. Algo se desconoce o se silencia sobre:
- la propiedad del abuelo -“¿Dónde consta que te los dieron? ¿Y qué sabés si el día de mañana las nueras y los yernos…?”, p.41-;
- la convalecencia del tío Mario -“(…) pero no sé qué ganábamos con no hablar, cuando hasta yo me daba cuenta de que aunque no nombrábamos a tío Mario, no hacíamos otra cosa que pensar en él.”, p.20-;
- la identidad y situación de Celeste -“(…) y es que por momentos no podía dejar de imaginarme a Celeste corriendo un serio peligro, asociándola o no con el sortilegio (…)”, p.51-;
- la relación del protagonista con la niña y con el pescador -“(…) yo presentía que todo lo relacionado con el pescador y con Celeste debía guardármelo como el más grande de los secretos, o de lo contrario algo, quien sabe qué, terminaría saliéndome mal.”, p.50-.
Hay silencios que “incitan el encuentro con la intimidad” (Andruetto, 2020: p.2) y otros “El silencio de los secretos, las cosas que no se dicen” (Andruetto 2020: p.4), que tienen una función narrativa muy poderosa, pues impulsan el desarrollo de los acontecimientos. Impulsarán al protagonista a conocer las verdades, a des-ocultarlas; para eso estarán las palabras y no solo las cotidianas, sino las heredadas y las mágicas.
Las ancestrales, las heredadas, surgirán en la fuerza de los refranes populares desde la voz de los mayores. De esta manera, en boca de Tía Adelaida y del abuelo aparecerán dichos que constituirán la subjetividad del niño protagonista, observemos algunos:
- “El que quiere celeste…” (p. 31), para realzar la necesidad de esfuerzo cuando Leonardo tiene que volver en bicicleta por los arenales luego de andar cabalgando en caballos de alquiler.
- “Lo que se regala no se quita” (p.46), aseveración del abuelo frente al temor de la tía Adelaida de que pierdan la casa, que entrará en constante tensión con la necesidad de obtener los “papeles” para que la casa sea plenamente del abuelo.
- “No hay mal que por bien no venga” (p. 57), para enseñarles a Fernando y Leonardo lo que han aprendido luego de perder los caballos tras haberlos exigido y verse en la necesidad de regresar a pie hasta sus casas.
- “El que no arriesga no gana” (p. 63), sentencia el abuelo, y el nieto arriesga y arriesga en aventura, y gana en fortaleza.
Y entre todos los dichos, el mismo abuelo empleará uno que se constituye en metáfora de la poética de esta novela “un lugar donde se puede saber muy bien lo que son el sol y la sombra” (p. 29). Varios fragmentos nos convocan a leer el relato desde esta metáfora:
“Saber lo que es la sombra”, me había dicho una vez. Porque sombra no es sólo la que proyecta una nube, un árbol o una casa. Sombra es también lo que se le mete a uno adentro con una mala noticia o con un mal pensamiento. Sombra es la que nos crea una duda. Y sombra es la que nos echa encima el miedo, acobardándonos y entristeciéndonos hasta el punto dejarnos sin saber qué decir ni qué hacer (p. 30).
En torno al objeto de la caracola que busca el protagonista y los sortilegios que desarrolla Celeste, aparecen el juego, la imaginación y lo mágico para alejar los miedos; es decir, la luz para modificar lo que duele: la situación de desamparo de Virginia/Celeste, la imposibilidad de caminar del tío Mario, la sombra.
De igual modo que Pulgarcito fue arrojado al mundo, en el cuento tradicional, y busca amparo con sus botas de siete leguas, Celeste –desamparada- buscará protección en el sortilegio. Resguardada a su pesar con una tía (bruja) a la que no quiere, adquirirá una nueva identidad, cambiará su nombre para transformar su realidad. Al mismo tiempo, tratará de incidir con la magia de sus sortilegios en la transformación de la realidad de Leonardo, frente a las imposibilidades de su tío.
Los sortilegios serán rito y serán palabra, serán un juego y serán realidad, serán naturaleza y magia, y así lo mágico y lo cotidiano contribuirán a hincar la incertidumbre de la que nos habla Tzuetan Todorov (1982) cuando define lo fantástico.
En el pacto de lectura, la lectora o lector descubrirán que se pueden hacer cosas con palabras. De la boca de Celeste emergen frases mágicas que no son otra cosa que poesía, transformadora. El lenguaje sirve así para protegerse del dolor y para modificar el entorno; tanto en el sortilegio, como en la posibilidad que se crea a partir de la caracola:
Su “Ooooh…” se parecía al de una lejana rompiente de mar, y yo estaba ansioso por saber que quería decir ese profundo eco que ahora me subyugaba como si alguien lo hubiese metido allí a sabiendas de que, pese a la gran aventura de la caracola, jamás podría escaparse de su interior, por lo tanto, estaba condenado a resonar eternamente, igual que ciertas voces y ciertos sonidos que nos graban para siempre.” (p.57)
Las palabras y el uso de ellas se resignifican. En torno del sortilegio, Celeste tiene el poder de hacer cosas con sus dichos; al mismo tiempo que habla realiza un acto perlocutivo: convoca a la transformación de la realidad. Con palabras, realiza un acto:
Si no los lleva el viento,
los llevará la marea;
y si no me cumplen pronto,
se quedarán en la arena:
(…) (p. 18)
Lagartija, lagartija,
que el papá de estos chicos
vuelva a caminar.
Y si no cumplís lo que te pido,
la lengua y la cola
te voy a arrancar.
(p. 74)
Y en relación con la caracola, lo verbal se rebela a la arbitrariedad del signo lingüístico pues se atribuye un sentido imaginativo nuevo a un significante sonoro: el pescador propondrá “-Lo principal- dijo él-. Que se oiga muy bien. Que se oiga tan bien como para saber que no es el mar.” (p. 67). Y más adelante, “-¡Perfecto! entonces ahora sólo te hace falta creer que las voces del mar y de la caracola son palabras.” (p. 67) De esta manera, la ficción de García Cabot reivindica la dimensión literaria en su escritura.
Además, es interesante resaltar el proceso de subjetivación en el relato para dar lugar a lo posible. Bruner llama “subjuntivizar” a la transfiguración de lo banal de la narración ya que la subjetivación apunta al deseo, a la posibilidad latente, al querer. De esta manera, la narración no solo da lugar a lo existente sino a lo posible, a aquello que podría haber sido, o mejor aún, a lo que podría llegar a ser. Esta premisa es fundamental: cuestionar la realidad como aquello dado e inexorable que solo paraliza al ser humano y reconocer la posibilidad de cambio. Bruner sostiene que “(…) contar historias y compartirlas los adiestra (a los seres humanos) para imaginar qué podría ocurrir si…” (en Siciliani, 2014: p. 44).
Vale señalar que Celeste es una coprotagonista que toma una corporeidad en el proceso de afirmación social, alejándose de estereotipos literarios que muestran “una imagen de niña-mujer buena, sumisa y bella, hogareña y callada, quien sabe poco de sus otros recursos, especialmente de los intelectuales” (Perriconi, 2015: p. 33). Celeste no es frágil ni se subsume a la voluntad de los niños.
De esta manera, Emil García Cabot presentará “un silencio que se construye” (Andruetto, 2020:) que posibilita a lectora y lector llenar de contenido la creación, ser alojado en la reconstrucción del relato. Y en esa narrativa no teme mostrar infancias con conflictos; por eso en sus personajes niñes reconoceremos el silencio interior, el juego, la exploración, el atrevimiento, la fantasía, la insolencia y también el dolor. Saben del sufrimiento, y desde él son capaces de seguir buscando, de imaginar, de conjurarse usando el lenguaje como forma de creación y resistencia. Lidia Blanco nos dice: “pensar en los niños y niñas como protagonistas que defienden en el texto ficcional una idea, un lugar en el mundo, un camino para salir adelante, es mirar a la infancia desde otra perspectiva, considerarlos personas, sujetos sociales que tienen ideas, propósitos. Y seguramente, su propio camino de crecimiento hasta lograr la plenitud de sus deseos, de sus proyectos. (2013: p.160). Así son concebidos en La caracola y los sortilegios. Y así los irán cargando de significaciones las y los lectores en esta novela que como toda literatura de calidad, no se cierra en una sola lectura.
Bibliografía