MÁS ALLÁ DEL VIENTO Y LA BRUMA por Juan Ramón Lizárraga

Emil García Cabot. El viento y la bruma. Temperley, Buenos Aires: Ediciones Nubla, 1998, 191 pp. ISBN 987-9180-07-0                                                                           

INTRODUCCIÓN

Ascender a la lectura de El viento y la bruma nos permite asistir a la confrontación de la cosmovisión de Emil García Cabot y la hostilidad de la vida enunciada en sucesivas metáforas en torno al clima patagónico donde el premio en disputa es torcer el destino. Debo reconocer que desde la primera observación al prólogo, la nota de tapa e índice del libro me surge el desafío de encontrar la historia no contada, no sólo por Pigafetta, la que en sutiles insinuaciones se guarda, pues al fin y al cabo quizás un mérito mayor lo constituye la sapiencia del autor para, a partir de cuentos breves llegar a una novela corta, o de descomponer una novela corta en cuentos breves logrando que El Viento y la Bruma, desde mi punto de vista, puede leerse de distintos modos, ya sea como novela corta, como simples relatos, o como cuentos breves.

Igual mérito encuentro en cómo es capaz de contextualizar los valores contemporáneos con los dilemas que plantea a sus personajes en el escenario histórico donde los sitúa. En el libro La Literatura de Emil García Cabot de Bertha Bilbao Richter, con gran altura y detalle se analizó y exploró, en entrevista con el autor, aspectos destacados del libro: Reflexiones existenciales de los personajes, el tiempo, los símbolos, lo filosófico, lo moralizantes, el libre albedrío, el destino, lo geográfico, entre otros. Este trabajo estará centrado en un meta análisis que contenga no sólo la obra en sí misma y el libro de Bertha Bilbao Richter sobre su literatura, sino que incorpore la reconstrucción histórica de cada escenario desde los impulsores sociales, de modo de sacar a flote la parte sumergida no narrada, desde luego sin ataduras que me aparten del aspecto ficcional y contemporáneo de la obra, como de la cosmovisión del autor.

Por último, destaco la estampa de la cultura inglesa sobre el autor que se evidencia en cómo sus personajes logran la superación al transformarse como individuos y no en colectivo, al momento de reconocerse y asumir las responsabilidades inherentes a su condición. Quizás sea esto lo que me deja la pregunta: ¿Los personajes del libro serán inventos de la historia y el autor, o diferentes versiones de él mismo en distintas circunstancias de su vida?

Las acciones ocultas son las más estimables. Cuando veo tantas en la historia, me complacen mucho. No han quedado ocultas por completo. Algo de ellas ha rezumado. Ese poco, por el cual se manifestaron, aumenta su mérito. Lo más bello es no haber podido ocultarlas.

Isidores Ducasse, Poesías.

EL SECRETO DE MAGALLANES

¿Por qué Magallanes llegó al extremo de no revelar el verdadero destino de su viaje a su tripulación?, ¿Existió un secreto celosamente guardado?, ¿Quién más en la tripulación sabía sobre los mapas y cartas de navegación en poder de Magallanes y del origen y datación de los mismos?, ¿Hubo planos para los nobles y otros para la plebe?, ¿Por qué tanta certeza en Magallanes para asegurar al rey Carlos V que encontraría la ruta hacia las Islas Molucas navegando hacia el oeste?, ¿Los celos de los capitanes de las cinco naos sólo tuvo origen en la sospecha de traición del líder portugués?, ¿La Patagonia fue un presagio de final?

Marino de Tiro fue el primero quién calló. Claudio Ptolomeo sin saberlo, calló los viajes realizados por los antiguos marinos chinos, que bordeando Asia con rumbo norte y siempre con tierra a babor, recorrieron el Sinus Magnus hasta el puerto de Chan-Chan o Catiggara, situada debajo de dos cabos. Murió sin saber que el Sinus Magnus era el océano Pacífico y que el extremo de la «Cola de Dragón» inspiraría el primer viaje alrededor del mundo del siglo XVI.

En el año 833 de nuestra era, al-Juarismi autor del mapa más antiguo que representa América del Sur con sus dos orillas, la del Pacífico y la del Atlántico, también calló. Hacia el siglo XV y XVI, al igual que la Tesorería de Lisboa , La Academia de Sacres, gracias a la diversa condición religiosa (judíos, musulmanes, cristianos) de sus integrantes e incluso la relación con los Templarios de manos del Infante Enrique, Comendador de la Orden de Cristo , sentaron bases del conocimiento precolombino de las Américas.

Cristóbal Colombo, o Colon, o Colonus o Colón, previo a sus célebres viajes, había accedido a mapas sobre las tierras americanas gracias al poder de su suegro, Bartolomeu Perestrelo, dentro del ámbito eclesiástico italiano y la aristocrácia lucitana. La Iglesia Católica desde 1448 guarda en sus archivos uno de los mapas donde se muestra este continente hacia Occidente. Un cúmulo de antiguas cartas de navegación fenicias, templarias, portuguesas, daban cuenta ya del destino al que el nacido en Génova, o Placencia o Catalunia se propuso arribar. “Por lo tanto, el mapa de Piri Reis revela el saber geográfico del marinero genovés, antes de 1492; y este saber incluía la distancia exacta de Canarias a Antilia” (Demetrio Charalambous 11)”.

Por su parte Magallanes obtuvo los suyos de las relaciones de Cristóbal de Haro en Lisboa durante sus treinta y siete años como mercader de especias asiáticas y exportador de lanas producidas por su familia en Burgos, y del marino portugués Francisco Serrano amigo de su juventud de la época de la conquista de Malaca. Otros tantos los aportó ya en Sevilla, Duarte Barboza, experimentado navegante portugués y pionero en abrir las rutas hacia oriente por la costa africana. Se habían conocido en India y trabaron amistad, lo que permitió a Magallanes asentarse en España y convertirse en parientes al casarse con su prima Beatriz de Barbosa. Ya en la expedición hacia las Islas Molucas fue capitán de la nao Victoria. La Tesorería de Lisboa, callando y sin saberlo, aportó lo suyo.

Me pregunto si Emil García Cabot en El viento y la bruma también nos quiso hacer saber que, como Magallanes, quizás hay que poner atención en qué y para quienes callan los mapas, y no sólo me refiero a mapas cartográficos.

 

PUERTO SAN JULIÁN

 

El extraño llanto de Juan Serrano

Juan Serrano, quizás encarnando alguna otra versión del autor, nos viene a plantear en este cuento el dilema más antiguo y quizás el que originó la metafísica: el dilema del ser. Desde una abstracción temporal podría permitirme asentir que la humanidad a lo largo de su historia sólo tuvo fidelidad a un principio rector que fue mutando en su aroma, mas no en su esencia:  vivir, amar, aprender, dejar un legado. En el siglo XV y XVI, siglos de las grandes expediciones y descubrimientos, el vivir olía a aventura, el amar a nostalgia por el regreso al hogar luego de las épicas incursiones de varios años, aprender a atesorar para sí información que brindara una ventaja sobre el resto y permitiera enriquecerse, dejar un legado a lograr el mérito y reconocimiento por el logro épico. La trama del cuento nos deja de cara a este dilema llevados por la mirada y narración del anónimo navegante sobre el accionar de Juan Serrano ante la aparición de los nativos. Es así que el dilema del ser nos evidencia en primera instancia, “el vivir” en las situaciones que van desde un Juan Serrano atraído por la aparición de éstos y la toma de contacto con vivencias y desventura que experimenta; “el amar” se plantea como una falsa paternidad y protección del nativo, ya que analizando cuál es “el legado” que inspira a Serrano encontramos que el ego de ser reconocido como “el capaz de …” se adueña de su conducta en el intento de transformar al nativo en un seudo europeo que pudiese exhibirse a su regreso como parte de la épica.  Esto se refuerza con el bautismo donde se unge el nombre Juan al nativo.

Como si se tratara de un premeditado enroque, García Cabot nos refresca la idea de que el “libre albedrío” es una utopía en el largo plazo, y una posibilidad en el instante. La decisión de Serrano que lo lleva a evangelizar al nativo, pasando por sobre el rol del sacerdote y la toma de posición sobre el tema que se le otorga al narrador, se desvanecen cuando la autoridad de Magallanes se impone dejando en evidencia otro principio rector, en este caso de la épica: unidad de mando y unidad de dirección. Magallanes una vez más deja en claro que, aunque permita al reloj entretener a Serrano mientras sucede un crudo invierno, la brújula finalmente marca el rumbo de la expedición. El autor plantea a Serrano con un sesgo cultural individualista muy sajón en tensión con los valores y cultura latina de Magallanes, el que finalmente se impone desde sus disvalores (desde una mirada contemporánea).

Ya desde un análisis de la estructura narrativa, el anónimo navegante es empleado sutilmente como elemento de constante desvío del lector apelando a un punto de vista sesgado que atrapa. Lo sesgado está implementado en la secuencia progresiva de preguntas que sugieren múltiples respuestas, aunque sin tomar posición por alguna de ellas.

En el cuento, “el mapa” calla para Juan Serrano la estrategia de entretenimiento de Magallanes que le permitió superar el reciente motín y crudo invierno imperante. Mi reflexión: Una partida de ajedrez entre la imaginación calenturienta de Magallanes y las vulnerabilidades de Juan Serrano.

El primer mito, el mito de los hombres excepcionales, explora la tendencia a creer que las huestes conquistadoras españolas se encontraban compuestas por hombres de capacidades geniales y mentes lúcidas, que sabían perfectamente lo que estaban haciendo, hombres sabios y fuertes, expertos en la estrategia militar y, desde luego, obedientes a la Corona española (Luis Felipe Palacio Guerrero 478).

Justo también sería hacer las prometidas consideraciones en cuanto a los impulsores sociales de las conductas asumidas por los personajes con las que el autor nos desafía. Lo citado en mi reflexión, implica un juicio de valor, que sólo tiene que ver con las conductas de éstos y nada con García Cabot, y por supuesto integra un binomio con “la situación”, entendido todo como el momento histórico y el sistema de valores imperante. Parafraseando a Platón podríamos decir que “Es hermoso y divino el ímpetu ardiente que te lanza a las razones de las cosas” (Julián Marías XXXI).

García Cabot, como lo comenté en la introducción, es capaz de contextualizar los valores contemporáneos con los dilemas que plantea a sus personajes en el escenario histórico donde los sitúa. Sería entonces muy necesario revisar tales valores en aquel escenario de las grandes expediciones y descubrimientos, no sin recordar el desmesurado poder acumulado por la Iglesia Católica. Si hablamos de los valores que respetaban los exploradores y conquistadores, tenían mucho que ver con la interpretación de la Biblia que se hacía por entonces, atento a los acuerdos entre las monarquías y el poder eclesiástico para instar a los nativos, tras una breve catequesis, a convertirse al cristianismo y volverse amigos tributarios del monarca de turno, la caería humana en otras palabras. Sumado al concepto de ser infra humano que se le daba al nativo, queda en evidencia el juego que nos propone el autor con un Magallanes con valores de su época, y el binomio narrador-Juan Serrano con valores contemporáneos y si se quiera hasta iluminados por un revisionismo histórico. La paradoja que acompaña el desarrollo de la trama del cuento viene a mostrarnos esos fenómenos: Los quinientos años de evolución de los valores sociales y el revisionismo histórico que en ocasiones parte de los valores actuales, equivocadamente desde mi punto de vista. Los personajes son meros instrumentos para la paradoja, o bien otras versiones del autor.

Asimismo, encontramos un juego de tensiones de valores entre Magallanes y Juan Serrano en situación de la expedición “de avanzada” que termina en la zozobra de la nao Santiago. Todo ese episodio juega como si del pasaje por el purgatorio en La Divina Comedia se tratase, para Juan Serrano por no respetar la “unidad de mando y unidad de dirección” que establecía Magallanes, suma de autoridades en altamar.

La sentencia

El anónimo auxiliar contable de Antonio de Coca, quizás encarnando su yo interior desde una visión esencialista, apaga su vista para dar paso a la imaginación hasta el límite de un adelantado ejercicio ilegal de la sicología desde la hambruna en el oscuro calabozo en el fondo de la cala.

García Cabot nos relata magistralmente el día después de asumir la kantiana “obediencia debida”: “De modo que, apenas el contador Antonio Coca me dijo que tan sólo deseaba volver a España, di mi total consentimiento”. En un nuevo enroque intelectual, el autor juega ahora para dejar el libre albedrío a resguardo y confrontar tal “obediencia”, o tal vez consentimiento.

La conquista de la calma y alcanzar el horizonte de los treinta días de su sentencia llevan al anónimo auxiliar a la revisión moral de sus actos, sólo que desde el sistema de valores contemporáneo. Desde los valores del siglo XVI no habría más que maldiciones hacia Magallanes, como ya lo había hecho el clérigo francés.

Un correlato del origen de los hechos desde la gesta de la desafortunada sublevación hasta las últimas novedades que entre dientes recibe del grumete, pintan un paralelismo entre las imágenes de la narración y la mente en reflexión del anónimo auxiliar, experimentando en carne propia que nadie se arrepiente por igual de lo que hizo que de lo que no hizo ya que parece más agrio el arrepentimiento por lo que no se hizo o bien se omitió hacer. Desde su humanidad exuda la nostalgia: “Quisiera, como don Antonio Pigafetta, que anota todo para su crónica, redactarle de una vez por todas una extensa carta a mis hijos. La reflexión cobra al clérigo francés su incapacidad de apaciguar los egoísmos de los inminentes sublevados, y llega al punto de asumir que después de todo San Julián es un puerto seguro para reparar las naos y pasar el invierno.

Cuando el hambre, acompañado de delirante fantasía, construye imaginaria felicidad desde el recuerdo de la cacería de avutardas y un festín que sólo alimentará su ilusión del trigésimo día.

En todo momento cómplice, la indómita Patagonia se mimetiza en la soledad y penuria del joven.

García Cabot, desde los destinos de Quezada, Serrano y Sánchez de la Reina, nos lleva quizás aun planteo moral cúlmine: “¿Una locura semejante ajusticiamiento?”. Quizás intencional anacronismo del autor, ya que con el sistema de valores de aquella época el capitán tenía la suma de todos los poderes en altamar, mientras que desde una perspectiva contemporánea podríamos decir que es una justa reflexión la del anónimo auxiliar.

La novela encuentra correlato en el recuerdo de la cacería de avutardas realizadas en otras latitudes.

El milagro

Juan de Cartagena, quizás encarnando su faceta quijotesca, da cuenta del estereotipo del héroe de los siglos de las grandes aventuras y descubrimientos. Cuando la muerte juega la esperanza de vida a su favor, Cartagena sólo apela a manipular a los aborígenes cual ilusionista con engaños e incluso con auto engaños y da rienda suelta a un maquiavélico galopar del “miente, miente, que algo queda”. Cegado por el instinto de supervivencia sumado al peso de haber dejado en condiciones de inferioridad, aunque de mutuo acuerdo, al francés en su espera, el fin justificará todos los medios, lo que encapsula a Cartagena hacia la locura.

El tránsito entre ser reconocido deidad, hasta la comprensión de la cara que oculta el miedo a lo inexplicable que sienten los aborígenes, resulta condenatorio para su abandono.

García Cabot nos refiere a que los valores universalmente aceptados más allá de la evolución humana suelen no distinguir épocas y en algunas ocasiones culturas. La moral quijotesca de Juan de Cartagena, ajena a permitirle pensar más que en su subsistencia, encuentra un fuerte contrapeso en la cosmogonía de los aborígenes patagónicos. Extranjero a la prudencia y la sensatez consigo mismo lo llevó a padecer una larga travesía por el desierto de virtudes que ya no lo condenaban a la inteligencia y astucia.

La novela encuentra correlato en el reconocimiento de los aborígenes como deidad a Serrano, como lo habían hecho en el primer encuentro en el campamento San Julián, y las ofrendas recibidas.

El rosario

Pedro Sánchez de la Reina, uno de los tres clérigos de la expedición, quizás encarnando su alter ego, descubre el peligro del libre albedrío al tener que asumir las consecuencias del complot en el “que él, nada menos que un clérigo, había tomado por poco en su nombre”. García Cabot nos muestra el paradójico recorrido de la razón y la desazón que urden valores y disvalores en la mente del religioso. Entre los extremos de ambas, el autor se adueña del relato y con su clásico estilo moralizante nos plantea “¿No sería el mismo esa aridez que lo rodeaba, ya al final de las batallas de un hombre con sus miedos y sus tribulaciones?

La obstinación humana de pensar en base a pares opuestos y contradictorios juega sus cartas al clérigo, quién litiga desde sus valores y creencias, entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, la convicción y la fe, sin llegar a recibir la iluminación que lo llame al entendimiento de que tal vez su presencia en la expedición requería un rol de conciliador entre los hidalgos hispanos y Magallanes. Un laberinto se vuelve escenario de la desdicha y reflexiones de Sánchez de la Reina; un laberinto de infinitos horizontes arena y viento llamado Patagonia del que sin encontrar el hilo de Ariadna no logra más que recorrer en un sin sentido exploratorio de la rigurosidad de ámbito, o tal vez de la rigurosidad de su ser. El río fue la magia que el autor agregó para dar vida a la trama de búsqueda del escape del laberinto. El clérigo llega al extremo de matar a Dios cuál si se tratara de un filósofo contemporáneo al no ser capaz de percibir sus mensajes ni su presencia, al punto que el autor debe tomar el relato y comentarnos que “El único recurso del que podría echar mano consistía en tratar de adaptarse a las circunstancias y hacer algo en vez de dejar todo librado a la voluntad de Dios”. En este punto García Cabot nos refresca desde lo no narrado la enseñanza de que “Los hombres resuelven los problemas de los hombres y Dios los que son de Dios”, por lo que el destino comenzaba a echarse hacia el lazo que finalmente se cerraría entorno a la existencia del fraile. No hay acto de constricción que resulte liberador y suplemento de vida, si no se asume qué es responsabilidad de los hombres, y qué está reservado para Dios, aunque en tal acto el sacrificio sea extremo.

Desde los sistemas de valores de la época y los actuales, es poco lo que se distingue en diferencias al tratarse de aspectos mandantes de una cosmovisión cristiana donde sólo la penitencia y constricción son reemplazados por el actual concepto de “la reparación” ante el pecado o el error. Como un bumerang, haber amenazado a Magallanes con el fuego del infierno se volvió presagio para sí como lo había estudiado en las normas morales redactadas en Éxodo.

García Cabot nos pone frente una muestra de que del laberinto se sale hacia arriba, en este caso, hacia Dios.

La novela encuentra correlato en la implicancia sicológica en: “Si Cartagena no había perdido el rumbo, con seguridad era víctima del extravío de su mente”.

Conclusiones

Manjar para la polisemia. Algunos de los conceptos principales de la metafísica son: ser, nada, existencia, esencia, mundo, espacio, tiempo, mente, Dios, libertad, cambio, causalidad y fin; todos ellos magistralmente abordados en la novela. Estamos en presencia de un discipulado intelectual al gran Maestro Jorge Luís Borges.

BIBLIOGRAFÍA

Charalambous, Demetrio. Descubrimiento en el papel. El mapa americano del Rey Salomón. Buenos Aires: Edición del autor. 1995.

De Mahieus, Jack. Colón llegó después. Barcelona: Ediciones Martínez Roca. 1988.

García Cabot, Emil. El viento y la bruma. Temperley, Buenos Aires: Ediciones Nubla. 1998.

Marías, Julián. Historia de la Filosofía. Madrid: Revista de Occidente Argentina Buenos Aires.1946.

Palacio Guerrero, Luis Felipe. Reseña sobre el libro “Los siete mitos de la conquista española de Matthew Restall. Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.

Pigafetta Antonio. Primer viaje alrededor del Globo. Sevilla: Edición de Benito Caetano, 2012.